para estúpidos

13.10.07

Crónica final



¿Cómo han llegado a esto? Eso me pregunto, abatido como estoy, desesperado, después de que cada uno de ustedes se haya borrado del mapa. Malditos colaboradores. Ya lo sé, todos ustedes se han complotado, sin importarles los años de generosidad que recibieron de mí, la fama que han conseguido gracias a mis ediciones. Primero me han enviado a hacienda, luego a los de derechos de autor, y por último a unos gamberros. Pero tengo pruebas. No crean que esto se va a quedar así como así, yo calladito y ustedes batiendo sus mandíbulas generosamente. ¡Impresentables! La estupidez será cosa de bobos, pero ningún estúpido tiene derecho a perder la dignidad. Y esto es una mayúscula falta de respeto. Me guardaré de insultos y cerraré las puertas y borraré sus números de teléfonos. Ninguno de ustedes es digno de mi atención. Yo, que tenía intenciones de doblarles el sueldo, que se lo merecían, de eso no hay duda, y me hacen esto. Esto no tiene nombre. Miren las imágenes, si no, observen la destrucción suprema, el odio arremetido contra las oficinas en las que se ganaron el pan. ¡Ingratos!
Después del juicio con Pasantero, que me sumió en la ruina, tuve que lidiar con el invisible Miguel Pérez. Borró sus entradas, el muy listo, pero no me devolvió el dinero. Luego tuvimos que convencer a Coco para que dejara de distraerse con Gladys y sus panchitos... Sí, dos tetas tiran más que dos carretas. El incomunicado Sancho, que se partió una pierna al bajar del tejado, se esconde en las sombras de su ciprés. Dice que ya no está para estupideces. Pero eso no es todo: sé que Clarita Vázquez había visto este final en sus cartas, y se esfumó a tiempo calladita como una puta. Nada se sabe de Lotofago. Ni de Verónica. La pobre Úrsula ha muerto. Braulio anda correteando por los campos, y se ha olvidado de escribir. No lo culpo. Ya se sabe lo que pasa con los perros. Y Ludovica, ah, Ludovica. Podría haber prescindido de ella desde el comienzo. La que parecía más fiel me ha traicionado. ¡Amad al editor!, exhortaba cada vez que uno de ustedes venía con objeciones. Mira lo que ha montado, la muy perra. Y me voy a callar porque terminaré diciendo alguna barbaridad. Me planto, estúpidos. Eso es todo. La broma se acabó.

11.8.07

Ludovica y los peinados nuevos

Os sitúo: viernes por la noche, pleno agosto, barrio de Gràcia, piso de un gay dj, fiesta de aniversario. Buen plan, imaginó Ludovica, y pasó al vestidor del sótano, donde guarda los vestidos de fiesta. Luego se dio cuenta de que no era para tanto la ocasión, y terminó vistiendo los pantalones de siempre y decidió dejar los zapatos nuevos para alguna cena de a dos. Y al llegar, abrumada por la música y el proyector, Ludovica saludó a todos los presentes y se dedicó, como tiene costumbre, a observar esos peinados nuevos. Se sentó en el alféizar de la ventana para favorcerse del aire fresco y comenzó a liar cigarrillos y a mirar a los jóvenes... Cómo se divierten los jóvenes. Apareció por allí un vibrador azul y una de ellas se colocó una bolsa de papel madera en la cabeza. Comenzaron las escenas, las "escenitas" de los fotologueros y Ludovica abría los ojos como dos platos, rojos, por el efecto del porro. Cómo se descontrolan los veinticincoañeros, cachondos como van, y más si hay maricas de por medio.
Ludovica se sirvió dos gintonics, se los bebió, endulzada por las retahilas del humo verde y los vaivenes del recuerdo de las playas de Cadaqués, de la gata Medea, de Khan, por qué no decirlo, y sonrió. Ludovica no tiene fotolog, aunque a ellos les parezca extraño. Más raros son ellos con esos peinados.

26.7.07

Nada que escribir en verano

Abrí los ojos y me encontré debajo de la sábana. Abrí la boca e intenté despegármela de los labios y de la nariz, resoplando. Pero fue imposible. No recuerdo cuánto tiempo llevaba acostada debajo de la sábana (y me llegó a la memoria -no sin dificultad, ralentizada por el sudor que había oxidado mis neuronas- el relato de Hemingway del corredor que se adelanta al circo), quizá desde que el verano comenzó a chorrear por las paredes y desperdigar las palabras que tanto cuesta poner en orden. No podía encontrarlas. No, debajo de esa sábana. Pero el recuerdo del relato de Hemingway, la posibilidad de volver a pensar y completar analogías (la huella que la lectura había dejado allí, hasta entonces olvidada) me tranquilizó. No sólo había conseguido separar las pestañas entre sí y mirar a través de la sábana, sino que además había conseguido volver a pensar, siquiera por un momento. El necesario para despegarme de allí y desentumecer mi cerebro.
Después de comprobar que estaba anocheciendo, me he arrastrado dificultosamente hasta la cocina en busca de un vaso de agua. He conseguido ponerme de pie sosteniéndome de la silla y he respirado. O mejor: he tragado el aire, la arena. Lástima que el sabor del cigarrillo haya despertado la ansiedad de estupidez.
Al revés (ya he dicho que las palabras me han abandonado). La estupidez me retornó al cigarrillo por una relación poco arbitraria entre el humo y la arena. Cualquiera que haya introducido aire caliente por su garganta (y vale cualquier situación imaginable) reconocerá que la asociación es evidente. Bien, me dije a mí misma mientras dejaba que el humo recorriera el paladar y serpenteara entre mis dientes. Cierto señor (no encontré el nombre, pero evité el recurso borgiano de Vila-Matas de utilizar citas falsas) decía que cuando las neuronas recibían el estímulo del cigarrillo, temerosas de permanecer atontadas indefinidamente, comenzaban a trabajar de forma acelerada. Las mejores ideas, entonces, se iluminaban justo después de la primera calada del día. No era Nietzsche, claro está, quien afirmaba que la epifanía no podía llegar sino en el transcurso de un entusiasta paseo matutino.
Confusa, aplasté la colilla sin dejar de mirar los 11 gatos de mi residencia, y evitando el impulso de maullar, recorrí el pasillo arrastrando los pies descalzos y volví a cubrir mi rostro con la sábana. Comprendo la abulia de los estúpidos, me dije pensando en mí misma. Nada que escribir en verano.

25.6.07

La entrevista

Estimado candidato,

le informamos que ha sido usted seleccionado para la vacante de becario dispuesta por la sección de redacción. ¡Enhorabuena! Entre todos los aspirantes ha sido usted elegido por unaminidad. No obstante, le informamos que deberá acudir a las oficinas de personal para una última prueba no menos importante. La reunión tendrá lugar el domingo a las tres de la tarde. Deberá usted traer consigo la siguiente documentación:

-DNI original, y fotocopia del mismo compulsada por el concejal de música y artes marciales del Ayuntamiento de Hermosilla.

-Pasaporte vigente, debidamente sellado por el Consulado de China, con un visado de no menos de un año de validez.

-Fotocopia de la Renta correspondiente al año 2002. En su defecto, en caso de no disponer de dichos documentos, deberá reunir los movimientos bancarios del mismo año, debidamente sellado por las entidades bancarias, y firmados por su director.

-Titulaciones, diplomas, etc. originales, y fotocopias compulsadas por el rector de la facultad correspondiente a sus estudios adjunto a una carta explicativa de su comportamiento académico.


Además, en el caso de optar por el puesto de redactor jefe deberá acudir a la cita uniformado de capitán de las fuerzas armadas, con las debidas condecoraciones y estrellas pertinentes. En el caso de elegir el puesto de redactor de la sección de deportes deberá acudir acompañado por la selección nacional de petanca de Uruguay. O si prefiere la vacante de redactor de la sección infantil ha de acudir a la cita vestido de don Pimpón.

Para anular la cita de la entrevista deberá usted enviar una carta explicativa al Ministerio de Asuntos Sociales escrita en braille antiguo y debidamente sellada por el Departamento de Vertidos Tóxicos.

No obstante nos sentimos obligados de informarle que aunque acuda usted a la cita con todos los requisitos cumplimentados, la decisión última y válida será tomada por la presidencia de la empresa en el plazo de un año. Durante este período, no deberá acudir ni ofrecer sus servicios a ninguna otra empresa. De lo contrario, será anulado automáticamente de nuestra selección. La resolución se hará pública en los tablones de anuncios de la Universidad de Segovia, entre los días 30 y 31 de febrero del siguiente año.

Le saluda atentamente, D. Antonio Perullo, director de RR.HH.

A Jueves, día 18 de Junio, del año 2007.

7.6.07

El taxista obedece

La señora Clara sale a dar el paseo de la tarde. Coge el bolso, comprueba que el monedero está repleto de dinero, cierra la puerta con dos vueltas de llave y se dirige a la esquina, donde está la plaza del pueblo. Ha visto a su vecina con el perro. El perro la ha mirado y ha movido la cola. Para evitarla, Clara detiene a un taxi con rapidez.
Se sienta, indica el recorrido, abre la ventana y enciende un cigarrillo.
El taxista para en la esquina.
—Aquí no se puede fumar.
La señora Clara se apea del coche y se va. Él, indignado, la persigue hasta alcanzarla.
—Eh, adónde cree que va, listilla.
—¿Y las copas?
—¿Las copas?
—Sí, ahí —contesta Clara y le señala un bar. El taxista, resignado, sigue sus redondos pasos.
La señora Clara se sienta en la barra, se quita la chaqueta y enciende un cigarrillo. Pide dos copas de brandy con hielo y señala una butaca para que el taxista tome asiento. El taxista le dice que prefiere una coca cola y Clara se la pide al camarero. Ambos beben en silencio.

El taxista termina el refresco. Coge las llaves y las hace saltar de una mano a la otra.
—En fin.
—No, espere —le ordena Clara, y apura el segundo vaso de brandy hasta acabarlo por completo—. Necesito que me lleve a otro lugar.
—Vaya, no ha dejado ni gota.
—No está lejos de aquí —dice Clara y abre el monedero del que saltan algunos billetes. El taxista se agacha para devolvérselos, pero Clara le indica que pague la cuenta y se quede con el resto. Salen del bar y suben al coche.
—Usted dirá.
—Siga recto.
Cruzaron el semáforo y giraron a la izquierda. Al dejar atrás el hospital, Clara le indica que se detenga.
—¿Usted sabe que los chinos torturaban a sus prisioneros con una gota de agua? —dice Clara antes de abrir la portezuela.
—¿Una gota de agua?, ¡venga ya!
—Eso dicen. —Clara busca el monedero, le entrega otros tantos billetes y agrega–: Necesito que me acompañe.
El taxista obedece.

Al cerrar la puerta del apartamento, Clara lo coge de la mano y lo conduce hacia el oscuro cuarto de baño. Cierra la puerta y recién entonces enciende la luz. La bombilla parpadea unos segundos, suelta un humo plateado acompañado de un ínfimo estruendo y muere poco después. Ambos la miran perplejos.
—Vaya, lo que faltaba —exclama el taxista sin saber muy bien por qué.
—Eso no es lo peor. Siéntese en el váter y escuche con atención, voy a ver si tengo alguna bombilla por ahí —contesta Clara y cierra la puerta.
El taxista tarda dos o tres minutos en acostumbrar la vista a la oscuridad. Todavía no se ha dado cuenta del problema. Intrigado, busca en el bolsillo de la chaqueta un cigarrillo. Lo enciende, y la pequeña llama del mechero consigue cegarlo otra vez.
—¿Señora? ¿Me puede explicar qué es lo que tengo que escuchar con tanta atención?
Silencio.
El taxista comienza a inquietarse. Toma conciencia de la absurda situación y decide salir de inmediato. Pero, como es evidente a esta altura del relato, la puerta está cerrada por fuera.
Después de un desafortunado forcejeo, el taxista vuelve a sentarse en el váter, resignado.
Entonces, una gota cae del grifo de la bañera. El taxista enciende un cigarrillo mientras oye que la segunda gotita se estrella. Poco a poco, el intervalo se acelera y una sucesión de gotitas comienza a invadir el oscuro silencio.
El taxista maldice su estupidez y aplasta la colilla en el suelo. Es entonces cuando una enorme gota cristalina viene a aterrizar en el centro de su cabeza. Y luego otra. El taxista se pone de pie y mira hacia arriba. No consigue ver. Ilumina la zona con el mechero y la gota se detiene en la superficie del techo. Al extinguirse la llama, la gota se deja caer. Entonces comprende: la luz inhibe la caída de las gotitas.
Satisfecho por el descubrimiento, el taxista saca su teléfono y mantiene encendida la pantalla. No hay cobertura. Mira las fotografías almacenadas, relee mensajes de texto, juega al tetris una y otra vez. Cuando está a punto de perder la paciencia, se abre la puerta.
—He tenido que salir a comprarla —se excusa Clara con la bombilla en la mano.
—Es la luz —contesta el taxista.
—Sí, lo sé.

4.6.07

La ausencia de Sancho.

Les pido que no tengan en cuenta la ausencia de Sancho en este blog de estúpidos. Lo qu pasa, y espero que entiendan su grandeza, es que tras el mamporrazo que se dió al caer del tejado intentando conectar con internet, ha quedado lerdo del todo. Según los expertos en neurología lo que le ocurre, en palabras llanas (para que nos entendamos), es que al sufrir el golpe ha habido un cambio de circuitos en el cerebro, lo que le provoca una especie de alteración física, es decir, cuando el cerebro manda la orden de caminar ocurre que los brazos se balancean, cuando se decide por hablar, silba como un loco; y cuando le da por cantar, se le empina. Imagínense la situación. De momento yo soy el único que puede descifrar lo que el cerebro de Sancho pretende. A veces lo miro, y le digo "si tienes que mear, recita un poema; si tienes que hacer necesidades mayores, piensa en política". No sé si soy el idóneo para ayudarle, puesto que ya tengo suficiente con cantarle a la luna largas serenatas felinas y mis cuatro patitas se resienten mucho cada vez que tengo que subir hasta el balcón de Sancho. Pero me da un poco de pena. Aparte, siempre se ha portado bien conmigo, y también porque de este modo aprovecho y visito a la gata de la vecina, que está de buen ver, ¡qué coño!

29.5.07

La reencarnación.

Le recomendamos que piense usted su petición detenidamente -decían las voces de manera unísona-, vaya a ser que luego se arrepienta. Comprendemos su situación; dos milenios deambulando por los cielos infinitos le pueden parecer suficientes como para reclamar la tan merecida vuelta al mundo de los vivos. Pero nosotras que llevamos una eternidad en este reino, tenemos la obligación de advertir a nuestras queridas almas las inconveniencias de la reencarnación (un sin fin de luces se agrupaban alrededor de una luz blanca). No le podemos asegurar su regreso al mundo en forma humana, tal y como usted lo desea; y en el caso de que así se cumpla, tampoco le aseguramos una vida digna en la que pueda disfrutar al libre albedrío. Tenemos la obligación además, de advertirle que en los tiempos que corren, lo más probable es que al regresar a nuestro mundo pierda su envidiado puesto de emisario divino, y tenga usted que quedarse en el palacio jugando al ajedrez con almas en pena soportando las tristezas de cada una de ellas.

Soy consciente de los riesgos -afirmaba la luz blanca-, pero en estos dos mil años no he hecho más que deambular por los cielos llevando la correspondencia a las divinidades supremas. He recorrido el reino palmo a palmo y conozco a cada una de las luces divinas de cada estado, he paseado por cada rincón del paraíso hasta tenerlo como rutina... Sin embargo, añoro aquellos años de gloria en la Tierra, la brisa de los vientos, el fervoroso despertar del Sol, incluso la sensación de hambre, de sed, los placeres carnales, el amor, el odio... son cosas banales, nimiedades para una divinidad eterna, lo sé, sin embargo se me hace un nudo al recordarlo. Agradezco vuestra preocupación, pero la decisión ya ha sido más que tomada.

-Bien, solo podemos decir que así sea, tenga suerte, hermano- concretaron las voces. Todas se unieron formando un coro que rodeaba a la luz blanca. Cantaron durante dos semanas danzando sin parar hasta que la luz comenzó a desvanecerse. Ya en la Tierra, la luz se hizo cuerpo, el cuerpo se hizo hambre y sed, cosa que le pareció bien hasta que le comenzaron a dolerle las tripas. Quiso moverse y no pudo, quiso mirar y nada vio. -¿Seré ciego?- se preguntaba. Tan solo el roce le aseguraba su estado de materia pero en ningún momento fue consciente en qué cuerpo había sido reencarnado. Comenzó a agitarse y comprendió que podía desplazarse lentamente por la tierra. Una hebra de luz parecía asomarse por un pequeño agujero. Advirtió entonces que estaba bajo tierra. Quiso asomarse para disfrutar de los rayos del Sol y ver al fin su nuevo aspecto. Al hacerlo, un niño lo cogió con sus pequeños dedos y lo levantó tan alto como pudo. -¡Mira, papá, una lombriz!-

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