para estúpidos

29.5.07

La reencarnación.

Le recomendamos que piense usted su petición detenidamente -decían las voces de manera unísona-, vaya a ser que luego se arrepienta. Comprendemos su situación; dos milenios deambulando por los cielos infinitos le pueden parecer suficientes como para reclamar la tan merecida vuelta al mundo de los vivos. Pero nosotras que llevamos una eternidad en este reino, tenemos la obligación de advertir a nuestras queridas almas las inconveniencias de la reencarnación (un sin fin de luces se agrupaban alrededor de una luz blanca). No le podemos asegurar su regreso al mundo en forma humana, tal y como usted lo desea; y en el caso de que así se cumpla, tampoco le aseguramos una vida digna en la que pueda disfrutar al libre albedrío. Tenemos la obligación además, de advertirle que en los tiempos que corren, lo más probable es que al regresar a nuestro mundo pierda su envidiado puesto de emisario divino, y tenga usted que quedarse en el palacio jugando al ajedrez con almas en pena soportando las tristezas de cada una de ellas.

Soy consciente de los riesgos -afirmaba la luz blanca-, pero en estos dos mil años no he hecho más que deambular por los cielos llevando la correspondencia a las divinidades supremas. He recorrido el reino palmo a palmo y conozco a cada una de las luces divinas de cada estado, he paseado por cada rincón del paraíso hasta tenerlo como rutina... Sin embargo, añoro aquellos años de gloria en la Tierra, la brisa de los vientos, el fervoroso despertar del Sol, incluso la sensación de hambre, de sed, los placeres carnales, el amor, el odio... son cosas banales, nimiedades para una divinidad eterna, lo sé, sin embargo se me hace un nudo al recordarlo. Agradezco vuestra preocupación, pero la decisión ya ha sido más que tomada.

-Bien, solo podemos decir que así sea, tenga suerte, hermano- concretaron las voces. Todas se unieron formando un coro que rodeaba a la luz blanca. Cantaron durante dos semanas danzando sin parar hasta que la luz comenzó a desvanecerse. Ya en la Tierra, la luz se hizo cuerpo, el cuerpo se hizo hambre y sed, cosa que le pareció bien hasta que le comenzaron a dolerle las tripas. Quiso moverse y no pudo, quiso mirar y nada vio. -¿Seré ciego?- se preguntaba. Tan solo el roce le aseguraba su estado de materia pero en ningún momento fue consciente en qué cuerpo había sido reencarnado. Comenzó a agitarse y comprendió que podía desplazarse lentamente por la tierra. Una hebra de luz parecía asomarse por un pequeño agujero. Advirtió entonces que estaba bajo tierra. Quiso asomarse para disfrutar de los rayos del Sol y ver al fin su nuevo aspecto. Al hacerlo, un niño lo cogió con sus pequeños dedos y lo levantó tan alto como pudo. -¡Mira, papá, una lombriz!-

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