para estúpidos

14.5.07

De la maldad de las corrientes de aire

Andaba yo a media mañana, medio dormido, medio soñando (contigo). Sonámbulo introduje las llaves en la cerradura y di dos vueltas. A la derecha primero -¿como? ah, ya- a la izquierda después. La puerta se abrió sin esfuerzo. Dejé las cosas en el recibidorcito no sin antes pensar esta casa huele raro.

Ningún maullido de bienvenida, ningún bufido amenazador, ningun ruido de pequeñas garritas en el parquet barato de casa. Curioso.

Aún así me acerco al sofá, o está allí o está en mi cama. Está en el sofá. Me mira, la miro, yo maullo y ella se queda en silencio. Bueno, tu sabrás. Golpecito en la cabeza ladeada con orejas gachas y mirada esquiva y en ruta hacia el baño. Tengo pipí. Será el café.

Entonces me despierto de golpe. La puerta del baño está cerrada. Maldición eso no puede ser eso es imposible yo nunca la cierro nunca nunca. La abro, entro, me siento en la taza y me olvido. Maullido y garritas en el parquet ¡ah!, el gato aparece, como siempre que estoy en la taza chica o en la grande. Mirando al frente sin ni siquiera una mirada fugaz, sobrepasa su cagadero y de un salto hermoso entra en la taza grande y olisquea y olisquea para arriba. Yo dirijo la mirada hacia ella y luego alzo la vista. La ventana del patio de luces está a medio abrir. Un golpe de aire habrá cerrado la otra. Yo nunca nunca cierro la otra. Sonrio, jaja, me carcajeo por dentro. Yo nunca la cierro nunca.

Menuda suerte, pienso olvidando el olor raro y la más rara bienvenida. El gato sabe aguantar, aunque es raro que no entre directamente al cagadero. Es evidente que mis neuronas no coordinan, todavía no.

Tras unos minutos decido poner fin al trance y arreglar la casa sino algo, sí un poquito. Así que recojo la americana de verano que recuperé ayer día de playa tras haberla olvidado dos semanas en el cochecito y pienso al agarrarla: está muy fresquita.



está muy fresquita








está MUY fresquita







Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

Suelto a cámara lenta la americana que cae al suelo de parquet barato sin ruido y me dirijo directo al sofá. En las escasas décimas de segundo que tardo en llegar allí -el piso no es grande- tengo tiempo de pensar: solo se habrá meado. Y luego, de repetirme dos veces solo se abrá meado seguro solo se abrá meado.

Ilusiones rotas, esperanzas de papel, humo y solo humo.

Ahi, en el medio centro, marrón oscuro casi negro, está el regalo, el enorme regalo, el inmenso regalo de Medea a Jasón. El enorme cagarruto está dividido en cuatro partes. Dos, las dos mayores, están juntitas pegadas -afortunadamente- a la manta del TATI que cubría el sofa de 1.500 (no años, sino euros). Otras abrazan amorosas mi zurron -horror, terror, pavor, nauseas y arcadas-.

Esto, no se salva.

Con buena fe y sin malos modales ahuyento a Medea.

Luego conservando la calma y las arcadas salgo al balcón, agarro fuerte el hierro forjado -mis nudillos están blancos, mi rostro está sereno- y alzando el puño en lo alto maldigo el viento, su fuerza y su maldad.

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