para estúpidos

21.1.07

Ludovica en razzmatazz

Sí, señores, la estupidez no tiene límites.
Ludovica, dejando una noche de mendigarle a los astros el destino, cogió las riendas de la casualidad y se fue a darle unos bailoteos al cuerpo... ¡Cuánta juventud que tenemos en Barcelona! La gente hace cola para entrar en una megadiscoteca en la que no te cansas de mover las caderas... y de mirar alrededor. ¡Cuántos peinados nuevos! Qué pieles, señores, ¡suaves y juveniles! Tersas, espléndidas. Las jovencitas se dirigen a la barra en busca de un buen cubata, los señoritos mueven el culito en señal de: ¡sí que soy enrollado! ¡Mírame bailar, tontorrona! Sobre todo el señorito aquel del sombrero, eléctricamente emocionado con los zumbidos que nos retumbaban a todos en el cuerpo. Sí, a todos, porque Ludovica también bailó, y cómo. Las manos arriba, un gritito de ¡mira cómo me sé la canción! ¡Esta sí que es mi preferida! Mover los hombros, las caderas, un resorte que sube y baja dando saltitos, la cabeza a la izquierda y a la derecha al ritmo de los bajos que nos sacuden de euforia: nunca se debe perder el ritmo, ahí está el secreto.
El señorito del sombrero le dice a Ludovica que las chicas de su edad no hablan de cosas profundas, ¿ah, sí?, profundas como qué, como la existencia de Dios, el poder de la naturaleza... ¿Tienes fotolog? ¡Eso sí que es profundidad, señores!, pensaba Ludovica mientras lo observaba liarse un porro detrás de otro. Y es que recordar cómo era uno diez años atrás cuesta, a no ser que se ponga un ejemplar delante y compruebes que es igual de estúpido que tú, salvo que de aquí a diez años estará ciego a las tres de la mañana. Habría que aprender de los señoritos, que estiran la juerga hasta que el metro nos puede llevar a casa.

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